Perú vive momentos
de esperanza, pero no exentos de negros nubarrones; por una parte, ha sido un
imán de la inversión extranjera, que ha aprovechado sus inmejorables ventajas,
pero su pobrísima institucionalidad y la falta de patriotismo de la clase “dirigente”
está postergando las inversiones en las “plataformas económicas” – también
llamada infraestructura –necesarias, una brecha de US$ 280,000 millones, en medio de la reducción fulminante de las
asociaciones público - privadas. Tenemos dos alternativas: una, mágica en gran
parte, y otra, realista pero lejana. La primera es una inversión de China que coincida
y nos ayude en esta tarea, la segunda, sin descartar la sinergia con China y
los demás países, aplicar las políticas de banca nacional y crédito de
Alexander Hamilton. Una reciente intervención del activista norteamericano Jason
Ross en una video - conferencia presentada en el sitio web LaRouchepac, nos
permite “recrear” una intervención hamiltoniana en el Perú:
1.- El Perú establece
una institución pública de crédito exclusivamente productivo y de infraestructura,
tipo Corporación Financiera de Reconstrucción, de Roosevelt. El Estado pone parte del capital en ingresos públicos,
y el resto lo coloca el capital nacional, en forma directa o aportando bonos
públicos (por ejemplo, los fondos de pensiones, o los fondos mutuos), o el capital
extranjero, por decir, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, entre
otros. No se emite deuda nueva, pudiéndose reconvertir la deuda ya
existente en capital social de la Corporación.
2.- El Estado
garantiza los dividendos de esta Corporación ligándolo a la recaudación de un
impuesto existente o por crear, y le dá a las notas o pagarés de la Corporación
curso forzoso, es decir, la capacidad de usarse como cualquier billete del
Banco Central.
3.- La Corporación otorga
créditos a infraestructura o emprendimientos industriales, con el requisito de
normas muy precisas, como por ejemplo la Ferrovía Transcontinental, o la red de
Centrales Hidroeléctricas o los proyectos de conducción de aguas transandinas, que
incrementen la productividad del trabajo, la densidad de flujo energético y la implantación
tecnológica, de tal manera que el efecto neto será un incremento de la densidad
relativa potencial de la población.
Este esquema
romperá los nervios de los monetaristas fanáticos, que queman incienso en el
templo del dios dinero, y que consideran que el Estado debe comportarse como
cualquier capitalista filisteo, angurriento por su “rentabilidad”. Pero el
Estado representa la capacidad de hacer el Bien, que ningún privado por si solo
puede hacerlo. El Estado no necesita “maximizar su utilidad” directamente, pues
no es una empresa, sino garantizar el Bien Común, asegurando la eficiencia en
forma indirecta, a través del incremento de la productividad del trabajo, que
representa a su vez mayor recaudación por impuestos existentes o por crear.
Esta política nunca
la aplicarán los actuales detentadores del poder, pues no son capaces de asumir
el más mínimo riesgo a sus grandes ganancias. El país carece asimismo de un
partido que represente a la población. Esta política se aplicará cuando al
poder económico no les quede más alternativa, o cuando la conciencia ciudadana conforme
una hegemonía cívica imparable y con un liderato programático, o cuando ocurra
las dos cosas, a la vez.
Videoconferencia del viernes, 27 ene 2017. Intervención de Ross, minutos 20 al 39.
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